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Julio 20, 2010
Junio 2010, No. 255

Mis sexenios (27)

José Guadalupe Robledo Guerrero.

El último año del gobierno de José de las Fuentes.
A principios de enero de 1987 (último año del gobierno de JFR) quedó registrada en “La Revista” la aparición en Coahuila de Marcos Espinoza Flores, a quien años después Jorge Masso Masso le vendería El Motel La Torre. Para ese entonces, el rico empresario de origen saltillense y avecindado en Tijuana, comenzó a darse a conocer en Saltillo como publicista de Mendoza Berrueto con el que tenía una amistad desde sus años escolares. Para cumplir con su encomienda, Marcos Espinoza se relacionó con Armando Castilla.

También en enero, uno de los tantos patiños del sistema priista, Francisco José Madero González, destapó en Torreón a Mendoza Berrueto. Madero González fue quien sustituyó a Flores Tapia luego de su renuncia al gobierno de Coahuila, y fue quien, en tres meses de interinato gubernamental, “desapareció” 500 millones de pesos, según lo denuncia el mismo OFT en su libro “El Señor Gobernador”.

El lagunero Francisco José Madero, mediocre y gris “político”, se ha mantenido activo en las nóminas gubernamentales gracias al usufructo que siempre hizo, y sigue haciendo, de su ilustre apellido. El destape de EMB que hizo Madero González se le endilgó al grupo Torreón, en donde supuestamente militaba el buscachambas, y cuyas cabezas principales eran: Braulio Fernández Aguirre (padre), el Alcalde de Torreón, Manlio Favio Gómez Uranga, y el diputado federal Braulio Fernández Aguirre (jr.); además de otros miembros de menor importancia como: el diputado federal Heriberto Ramos, el subsecretario del gobierno delasfuentista José Rodolfo Mijares Gómez, el “bonito descerebrado” Carlos Román Cepeda, el oportunista secretario de la UAC Germán Froto Madariaga, y otros funcionarios y políticos torreonenses de tercer y cuarto nivel. Todos ellos y otros igualess fueron los principales responsables de que Torreón se convirtiera en lo que ahora es: una tierra sin ley, dominada por el miedo ciudadano y los ajusticiamientos.

Asimismo, en el comienzo de 1987, el “SuperSubSecretario” Rodrigo Sarmiento Valtier se encontraba peleando con los luishoracistas de la UAC, encabezados por “El Gato” Ortíz Cárdenas, quien acusaba a Sarmiento de pagar las críticas de Vanguardia en contra de él y de su pandilla de ladrones. Al mismo tiempo, José de las Fuentes Rodríguez comenzó a candidatearse, a través de comentarios pagados en los medios, como futuro senador de la República, luego de que entregara la gubernatura de Coahuila a EMB.

En ese enero, respondiendo a las críticas periodísticas, “El Cabal” Carlos de la Peña Ramos, Alcalde de Saltillo, señaló que en su último año no habría “Año de Hidalgo”, pero se olvidó que toda su gestión había sido de rapiña, negocios a la sombra del poder, tráfico de influencias y corrupción. Al fin constructor, “El Cabal” favoreció a sus iguales (empresarios de la construcción, “coyotes” de terrenos y latifundistas urbanos). Para ese tiempo ya sonaban fuerte en estos menesteres los nombres de Mario Eulalio Gutiérrez Talamás, Víctor Mohamar y Virgilio y Sergio Verduzco Rosán, los mismos que durante las últimas cuatro décadas se han apoderado de los contratos de construcción del gobierno del Coahuila y del coyotaje y apropiación de terrenos baldíos que quedan sin testamento.

A mediados de enero, preocupado por el desmadre político de enfrentamientos campales que él mismo había provocado, José de las Fuentes declaró cínicamente: “No permitiré que durante el término de mi gobierno se amarren navajas”. Otro de sus pronunciamientos mentirosos, seguramente hechos al calor de las copas, fue aquello de que: “Aún no existe candidato para sucederme en el gobierno de Coahuila”. “El amarranavajas” de De las Fuentes se quiso pasar de listo. Los coahuilenses ya sabían que el próximo gobernador sería Eliseo Mendoza Berrueto, pero a los políticos a la mexicana siempre les ha gustado hacerse pendejos desmintiendo la realidad, y JFR no era la excepción.

El ambiente de la sucesión estaba agitado, y para no desentonar del cinismo del “Primer Priista de Coahuila”, “La Coneja” Alejandro Gutiérrez Gutiérrez (que ya andaba haciendo sus pinitos en la cúpula política llevado de la mano de su papá y de su mamá), diría una de sus primeras “conejadas”: “En el PRI no hay futurismo político”. Para ese entonces, “La Coneja” quería colarse en el ánimo de EMB, pues aspiraba a la Alcaldía saltillense, por eso traicionó a su tutor: Atanasio González, sempiterno precandidato al gobierno de Coahuila que acostumbraba hacer carnes asadas en todo el territorio coahuilense, cuando estaba próxima la sucesión gubernamental.

Acerca de estas carnes asadas, recuerdo una anécdota muy conocida. Poco antes de que JFR fuera destapado como candidato a gobernador, alguien le llevó el chisme de que Atanasio González andaba haciendo carnes asadas en todas las regiones de Coahuila, con el fin de conseguir la candidatura gubernamental. En respuesta, “El Diablo” a su manera le contestó al chismoso: “No se preocupe mi amigo, mientras Atanasio no haga una carne asada en ‘Los Pinos’ déjelo que gaste su lana en lo que quiera”.
En enero de 1987 rompí mis relaciones con De las Fuentes de forma áspera. Desde la muerte de doña Elsa Hernández había dejado de tener contacto con él hasta dos meses antes que con motivo de su Quinto Informe me había concedido una entrevista para “La Revista”. Para entonces ya le había rechazado una casa que quería “prestarme”, que fue la misma en la que vivió Humberto Gaona Silva el resto de su vida, además no había querido recibir un generoso regalo en efectivo que me había mandado con uno de sus cercanos colaboradores, Edilberto Leza López, y me había negado aceptar su propuesta de meterme en la nómina gubernamental.

En uno de los tres primeros días del año, recibí una llamada de De las Fuentes para invitarme a que fuera a Palacio de Gobierno “para que salude a su amigo el gobernador”. Me indicó la hora: 12 del mediodía “Para no tenerlo esperando”. Al despedirnos me pidió algo más: “Invite de mi parte a nuestros amigos: Evaristo Pérez Arreola, Jaime Martínez Veloz y Francisco Navarro Montenegro. Aquí los espero”.

En ese momento, en “La Revista” estábamos criticando a Rodrigo Sarmiento Valtier y al sobrino político del gobernador: el Alcalde de Saltillo Carlos de la Peña Ramos “El Cabal”. Por eso creí que la actitud conciliatoria de “El Diablo” era para pedir que no le calentáramos la sucesión, criticando a sus funcionarios favoritos en momentos que aún no se destapaba a Mendoza Berrueto. Eso pensé y les comuniqué la petición a los otros invitados.

Llegamos puntualmente a la cita, la sala de espera del Palacio de Gobierno estaba repleta de grupos que esperaban entrar a darle la salutación de año nuevo al gobernador. De inmediato nos atendió el secretario particular de “El Diablo”, Ángel Espinoza, y nos invitó a pasar a su oficina “Para que estén más cómodos mientras los recibe el señor gobernador”.

Allí esperamos durante tres horas, lo cual se me hizo raro, viendo pasar al despacho gubernamental a los grupos. A eso de las tres de la tarde, De las Fuentes apareció en la puerta que comunicaba la secretaría particular con su despacho, y haciéndose el chistoso se dirigió a nosotros con su tono arrabalero: “Pásenle muchachones, al fin el gobernador no come ni se cansa...”. Lo interrumpí, yo me encontraba del lado contrario, en la puerta de acceso a la sala de espera, y le dije conciliadoramente: -No se preocupe licenciado De las Fuentes, si quiere volvemos más tarde”. Su respuesta fue soez, confieso que no la esperaba: “No, pásenle ahorita, más tarde no puedo recibirlos porque me voy a culear a una vieja”.

Escuché la risa de alguno de mis acompañantes, y no pude evitar conectar mi lengua con el cerebro y le contesté: -Vayase a la chingada, pinche pendejo. Dí la vuelta y salí de la secretaría particular ante la mirada atónita de Ángel Espinoza y de mis compañeros. Apenas iba saliendo del Palacio de Gobierno cuando me alcanzaron mis compañeros, y Evaristo Pérez Arreola me dijo en tono alarmado: “No mames Robledo, así no se le habla al gobernador. Te expusiste a que te madrearan”.

Pero como Gabino Barrera, en ese momento “no entendía razones”, y me defendí justificando mi proceder: -Que vaya a la chingada ese pinche borrachín, yo no voy a permitir que me hable de esa manera. Él fue quien nos invitó. Me retiré dejándolos pasmados. Mientras me dirigía a mi casa, la ingrata experiencia me iba revoloteando en mis neuronas. Lo único que sabía era que me había metido al callejón de los chingadazos con un gobernador pendenciero, vengativo y cabrón. Me preparé mentalmente. JFR tenía un año para cobrar mi insolencia y yo debía estar alerta y preparado.

Para ese momento ya no había duda que otra vez estaba solo ante el mundo, marginado, bloqueado, y ahora con la amenaza de ser perseguido por el poder estatal. Sabía que para mis compañeros de andanzas, Evaristo, Jaime y Navarro, mi actitud había sido apolítica y pendeja. Para hacer más trágica la situación, un mes después “La Revista” dejó de aparecer, sólo logramos editar 6 números (del 15 de noviembre de 1986 al 13 de febrero de 1987), Olmedo y yo ya no pudimos seguir con nuestro proyecto, porque habíamos calculado mal nuestras posibilidades de sobrevivencia, no tomamos en cuenta que nuestro periodismo agitaba las tranquilas aguas de la complicidad de los grupos políticos, quienes siempre han preferido hacer negocios con los malos gobernantes que defender los intereses de Coahuila.

De los compañeros que presenciaron mi exabrupto con el arrabalero gobernador, Navarro Montenegro era quien mejor comprendía la situación, pues había vivido una experiencia parecida, y me manifestó su apoyo con una palmada en mi hombro. Los otros dos, Jaime y Evaristo, eran “amigos” del gobernador y del candidato.

Meses antes, Navarro Montenegro había tenido una experiencia semejante con JFR. En ese tiempo quería que el gobierno estatal legalizara un asentamiento que él había promovido, pero De las Fuentes lo ignoraba y no lo recibía. Entonces decidió dar una declaración a la prensa, en donde criticaba al gobernador de insensible y demagogo. El “Diablo” se enfureció con los señalamientos y citó a Navarro en su despacho gubernamental, “para resolver el problema”.

Francisco Navarro, líder del PST, asistió a la cita con los planos que quería que le aprobara el gobernador. Al llegar a la cita, Navarro señaló: “Le traigo los planos para que los vea señor gobernador”, y De las Fuentes que se encontraba acompañado de algunos de sus colaboradores le dijo a su manera: “Hágalos rollo y métaselos en donde le quepan”. Navarro sonrió y le contestó: “Los voy a dividir en dos, usted se mete una parte y yo la otra”. El gobernador se le fue encima, Navarro lo empujó y antes de que se liaran a golpes, los presentes los separaron. Ni la experiencia mía ni la de Navarro fueron del conocimiento público. Se mantuvieron hasta ahora en el baúl de los recuerdos. Pero ya es historia.

Navarro Montenegro sabía de las vicisitudes económicas de “La Revista”, y por mi sabía que estaba difícil su sostenimiento. Por otra parte, Navarro había decidido contender en las elecciones de gobernador, para ese tiempo el Diario de Coahuila de Luis Horacio Salinas ya había nacido y necesitaba editorialistas críticos para consolidar su proyecto periodístico. Navarro tenía excelentes relaciones con Luis Horacio, quien le sugirió que me convenciera de escribir en su periódico “para que lo ayude con sus comentarios durante su campaña”. Navarro aceptó y habló conmigo. Luego de escuchar mis reacios comentarios me dijo: ¿Qué pierdes Robledo, necesitas una tribuna para defenderte?, y me convenció. Para esa fecha yo había establecido, luego de varios encuentros personales, una excelente relación con Armando Castilla, quien no cesaba en invitarme a la página editorial de su periódico. Pero le dí largas para enrolarme en El Diario de Coahuila, porque en ese momento Vanguardia tenía una luna de miel con el SuperSubsecretario de Gobierno, Rodrigo Sarmiento Valtier.

Días después de mi exabrupto con De las Fuentes, el 14 de enero de 1987, un mes antes de que circulara el último número de “La Revista”, se publicó mi primer artículo en El Diario de Coahuila que titulé: “Sarmiento, un ejemplo de lo que no se debe hacer en política”. Allí me dí vuelo exhibiendo a Sarmiento. En dos artículos resumí la conducta de “Sor Veneno”, como lo habíamos apodado: Intrigoso palaciego, lambiscón con los poderosos y altanero y prepotente con los débiles. Por esa razón, Sarmiento no tenía amigos, todos lo odiaban, y hasta la fecha.

En el Diario de Coahuila tuve libertad de expresarme, sabía quienes eran los amigos, socios y allegados de Luis Horacio y tenía claro el momento que vivía. Ya para entonces esperaba la agresión de “El Gato” Ortíz y su pandilla ladrones o de José de las Fuentes Rodríguez. Por su parte Rodrigo Sarmiento estaba “calentando” la política en la UAC. Su plan era sacar al “Gato” de la Rectoría y quedarse él en su lugar. Es cierto que Ortíz Cárdenas se merecía la destitución, y la cárcel, por la enorme corrupción que había instaurado en la Universidad, pero la UAC no merecía a Sarmiento.

En ese tiempo de sucesión gubernamental, aún sin tener posibilidades reales, insistí que Enrique Martínez y Martínez era la mejor opción para Coahuila, pues era el candidato natural, la carta local. Para entonces, la lucha por la Alcaldía de Saltillo estaba es su nivel más alto y los medios de comunicación mencionaban a sus favoritos, que a decir verdad eran los mismos nombres de siempre: Abraham Cepeda, Francisco Javier Duarte, Alejandro Gutiérrez, Vigilio Verduzco, Gaspar Valdés, etc. Finalmente el “dedo” de Arturo Berrueto (principal asesor político de EMB) favoreció a su compadre, al candidato menos mencionado: Eleazar Galindo Vara. Por esos días, el inefable “Catón”, Armando Fuentes Aguirre acuñó una despectiva frase para dirigirse a la Universidad: UACala. A pesar de su repudio, “Catón” nunca abandonó las nóminas universitarias, junto con sus iguales cobraba y sigue cobrando por todo: profesor, consejero editorial, conferencista, asesor, etc.

En ese entonces, los precandidatos a la Presidencia de la República ya estaban anunciados: Alfredo del Mazo (“El hermano que nunca tuve” y Secretario de Minas e Industria Paraestatal) llevaba la delantera, lo seguía Manuel Bartlett, (Secretario de Gobernación) y al final el más impopular de todos: Carlos Salinas de Gortari (Secretario de Programación y Presupuesto). En Coahuila “El Diablo” y sus principales colaboradores estaban de lado del que creían que iba a ser el próximo mandatario: Alfredo del Mazo.

El 26 de marzo, fiesta histórica para Coahuila (firma del Plan de Guadalupe), asistió como representante presidencial el Procurador General de la República, Renato Sales, a quien algunos vieron como un mensaje a la gran corrupción de “El Diablo” de las Fuentes, quien dio una muestra más de su frivolidad al designar como orador oficial a Abraham Cepeda Izaguirre, quien era su candidato a la Alcaldía de Saltillo. Por otra parte, en el escenario nacional Porfirio Muñozledo y Cuauhtémoc Cárdenas emitían publicamente sus críticas sobre los métodos andidemocráticos del PRI, y anunciaban la inminente ruptura priista que daría nacimiento a lo que ahora es el PRD.

Mis comentarios sobre la Universidad pública para entonces eran sobre el mismo tema que siempre he señalado: la pobreza académica e ideológica y su fracaso educativo. El subprocurador Edilberto Leza, con quien había entablado una respetuosa relación, insistía en conseguir su aspiración de gobernar su tierra natal: Monclova, pero “El Diablo” no lo apoyó ni Mendoza Berrueto le brindó la oportunidad.

Durante los cuatro primeros meses de mi incursión en El Diario de Coahuila, uno de mis temas favoritos fue Rodrigo Sarmiento Valtier, a quien desnudé frente a su aliado de esos momentos: Armando Castilla Sánchez, quien cada vez que escribía sobre el SuperSubSecretario me invitaba a platicar, y yo aceptaba la invitación, para mi era claro que las críticas que yo le hacía en El Diario de Coahuila eran de su agrado y lo ayudaban a mantener a Sarmiento dócil a sus deseos.

Seguramente mi relación con Armando Castilla la conocía Luis Horacio Salinas, como la sabía Óscar Flores Tapia, pero nunca me dijeron algo. Por mi parte sabía que no era de su agrado que yo me entrevistara con el pro- pietario de Vanguardia, pero siempre he defendido mi autonomía y mi libertad. Además, Armando Castilla y yo nunca hablamos de Luis Horacio o Flores Tapia, desde una ocasión en que metió a la plática OFT.

Aquella vez, casi al principio de nuestra relación, fui a saludarlo acompañado de la Directora de la Facultad de Enfermería, en donde yo laboraba como Director de los Cursos de Postgrado. Ibamos a pedirle que nos echara la mano con algunas notas sobre la semana cultural de esa Institución, y cuando le dijimos los nombres de quienes asistirían como conferencistas, entre ellos Flores Tapia, Armando Castilla comenzó ha hablar de la corrupción que lo llevó a renunciar.

En esa ocasión estaban con Armando Castilla tres de sus más cercanos colaboradores: Catarino Molina, Óscar Medrano y Humberto Soto y se le soltó la boca en contra del “corrupto exgobernador que echamos del poder”. Inmediatamente me levanté de mi asiento y me despedí, lo mismo hizo la Directora de Enfermería, al tiempo que le agradeciamos su apoyo.

“¿Por qué te vas, tómate un café?” -Gracias, le dije, tenemos que ir a los otros periódicos. “Te molestó que me refiriera a Flores Tapia”. -La verdad, no, le contesté, pero usted sabe que tengo una relación amistosa con el exgobernador, y yo no soy quien debe defenderlo, conozco bien la historia y me siento incómodo de escuchar esos comentarios. Por otra parte, usted es mi amigo, y pretendo conservarme confiable ante los que me brindan su amistad, al margen de los errores de cada quien. Espero que comprenda.

Frente a sus acompañantes, Armando se paró de su asiento, me dio la mano y me dijo con aires de sinceridad: “Eso habla bien de tí, eso me da confianza que cuando hablen mal de mi, tú evitarás escucharlos. Quedate para que nos digas qué información quieres resaltemos en Vanguardia para fortalecer a su escuela”. Por otro lado, Armando Castilla sabía que yo estaba en desacuerdo con lo que estaba sucediendo en la UAC. Conocía mis desavenencias con el grupo luishoracista que se había apoderado de la Universidad. Nunca me preguntó nada que pudiera hacerme sentir mal. Platicábamos sobre nuestros análisis políticos.

Quizás por esta actitud logré mantener una relación respetuosa con ambos bandos: por un lado, con Armando Castilla y Jorge Masso, y por el otro, con Luis Horacio Salinas y Óscar Flores Tapia, y lo hice porque nunca me permití escuchar a uno mientras hablaba en contra del otro, eran pleitos políticos y económicos que a mi no me interesaban, pues como decía Adolfo Olmedo: “yo no compro ni vendo”, es decir yo no era político ni empresario. Me situé en mi posición de periodista, y hasta la fecha...

(Continuará).
El pleito con “El Gato” y la salida de “El Diablo”...